La vivienda constituye uno de los elementos más esenciales para la vida del ser humano. Junto con la alimentación y el vestido conforman lo indispensable para el desarrollo individual y social de la persona, así como de su familia. Dicho marco espacial permite al individuo -y a su familia- satisfacer necesidades biológicas (albergue, inclemencias del tiempo…), necesidades personales (seguridad, bienestar, intimidad…) y necesidades sociales (establecer relaciones de convivencia, de vecindad…).
La crisis sanitaria vivida ha puesto de manifiesto las carencias de la vivienda actual y el fracaso del sistema urbano existente para el que no existe repuesto.
El interior y sus defectos de insalubridad, las nuevas funciones del espacio de cada habitación para permitir nuevos usos, la tecnología sin contacto, la cocina como fundamento y su despensa, la zona de ejercicio, la biofília, los elementos comunes en lo urbano, evitar el aislamiento… demasiados cambios para ciudades no preparadas.
El coste económico que supone adaptar las ciudades a la nueva situación es inasumible. Entonces ¿cuál es la solución?
La puesta en marcha de un nuevo modelo urbano integrado en la naturaleza como forma transitoria hasta que la ecología urbana sea una realidad, es el camino.
Este es el verdadero reto que tenemos en el urbanismo actual.